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1816 – 2022 26 de mayo: Día del Libro

En el día de la fecha, se inauguraba, en Montevideo, la 1ª Biblioteca Popular. Fue iniciativa del Presbítero Dámaso Antonio Larrañaga, entusiasta colaborador de Artigas, especialmente, en lo cultural. Los libros que la integraron, procedían, en su mayoría, de la biblioteca del fallecido Presbítero Pérez Castellano, de los Padres Franciscanos, de José Raimundo Guerra y del propio Larrañaga.

 

Biblioteca: Lugar donde se conservan los libros. Es algo más que un depósito de libros encuadernados.

 

La primera que se tiene registro, data del III Milenio A.C., en un Templo en la ciudad de NIPPUR (antigua ciudad Sumeria). Ahí los “primeros libros”, eran tabletas de barro. Luego aparecieron centros de registros e información en Egipto y Mesopotamia, escritos sobre láminas sacadas del tallo de una planta de origen oriental conocida como papiros.

 

Después los trazos fueron escritos en pergaminos (sobre piel de res tratada especialmente).

 

En el siglo XV se inventa la imprenta que facilitó la mayor difusión de los libros y su conservación. Las primeras bibliotecas solo tenían acceso a ellas sacerdotes y gobernantes.

La más célebre en la actualidad fue la de Alejandría (Egipto) que empezó a construirse en el año 290 A.C.. Sus volúmenes eran rollos de papiro escrito a mano.

 

La Biblioteca Nacional está ubicada en la Avenida 18 de Julio y Tristán Narvaja de Montevideo, 5 plantas incluidos 2 subsuelos. El actual edificio comenzó a ser ocupado en 1955 y culminó con la inauguración de la Sala de Lectura Central en 1966.

 

En ella se conserva un rico Patrimonio bibliográfico y documental: microformas, mapas, partituras musicales, grabados, acuarelas, fotografías, manuscritos, títulos de publicaciones periódicas.

 

A los costados de la sala de lectura se lee lo siguiente: “Los talentos de nuestros americanos son tan privilegiados que no necesitan sino de buenos libros para salir eminentes en otros los ramos. Pero no pudiendo todos procurárselos por sí mismos por falta de medios y aún de elección en un país que son escasos y de mucho precio, se hace necesario el establecimiento de una Biblioteca Pública o donde puedan concurrir nuestros jóvenes y todos los que deseen saber”. “Una biblioteca no es otra cosa que un domicilio o ilustre asamblea en que se reúnen todos los más ilustres ingenieros del orbe literario, el foco en que se conocerán las luces que han esparcido los sabios de todos los países y de todos los tiempos”…. (parte de lo dicho por Larrañaga el día de la inauguración).

 

Proponía suplir con buenos libros la carencia de instituciones y maestros.

 

En mayo, el santo y seña del ejército oriental fue “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”.

 

Como homenaje al día de la inauguración de la Primera Biblioteca Popular, nada más adecuado a mí consideración que unas palabras del escritor uruguayo, Eduardo Galeano, dedicara a Artigas, cuando recibió el título de “Ciudadano ilustre del Mercosur”. Así se expresó: “…Y termino con palabras que le escribí hace algún tiempo: “1820, Paso del Bosquerón. Sin volver la cabeza, Usted se hunde en el exilio, Lo veo, lo estoy viendo, se desliza el Paraná con perezas de lagarto y allá se alea flameando su poncho rotoso, al trote del caballo, y se pierde en la fronda. Usted no dice adiós a su tierra. Ella no lo creería. O quizás usted no lo sabe todavía, que se va para siempre. Se aprisa el paisaje. Usted se va vencido, y su tierra se queda sin aliento. ¿Le devolverán la respiración los hijos que le nazcan, los amantes que le lleguen? Quienes de esta tierra broten, quienes en ella entren, ¿se harán dignos de tristeza tan honda? Su tierra. Nuestra tierra del sur. Ud. le será muy necesario Don José. Cada vez que los codiciosos la lastimen y la humillen, cada vez que los tontos la cran muda o estéril, usted le hará falta. Porque usted, Don José Artigas, general de los sencillos, es la mejor palabra que ella ha dicho”.

 

Cuéntase que León Tolstoy, el gran escritor ruso, destacado entre los más grandes de su país, se encontraba ya siendo anciano arando en Yásnaia Poliana, heredad recibida de sus padres que habían sido miembros de la nobleza zarista. Recibe entonces la visita de un destacado crítico y periodista francés, el cual se sorprendió al encontrar un intelectual de su talla, dedicado a tan rústico menester, por lo que, luego de saludarle, le dijo:

 

– ¿Labrando la tierra Sr. Tolstoy?

– Y sembrando. Que abrir la tierra con el arado es solamente la mitad del trabajo y por ello, tarea incompleta. Esta realmente culmina y se fecunda con la siembra.

 

– Es llamativo, por lo singular, agrego el francés, que una mano habituada a colmar páginas de ideas e imágenes, se aplique igualmente a la ruda faena del labrador.

– Son una misma cosa, señor, el escribir y el sembrar. Por medio de ambos se procura un fruto para el hombre. El fruto de la escritura es el libro y es seguramente, el más valioso porque no lo frustran sequías ni heladas y no lo ahogan malezas. Viaja por el mundo y pervive, ofreciendo al hombre a través del tiempo, de los siglos y donde él se encuentre, la blanca hogaza amasada con la harina que alguien amasó para él.

 

Prof. Teresita Pírez

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