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Sigue viviendo en una carreta

Buscó un lugar donde haya leña, agua y pasturas dejó, de ser nómade con 87 años

 

Con sus gruesas y agrietadas manos que evidencian una larga y sacrificada vida de trabajo duro, de horas a la intemperie, bajo el sol y el frío, Luis Bentaberry acampa donde él quiere, aunque también es cierto que ya no viaja como antes. Los años se le han venido encima. Tiene 80 a cuestas y hoy prefiere colocar su carreta sobre la ruta y acampar varios meses mientras la zona tenga leña, agua y pasto para su caballo; cuando faltan estos insumos, se muda en busca de un nuevo destino para seguir con su vida itinerante.

Siempre vivió en el campo y la promesa que se hizo hace mucho fue que cuando se jubilara, tomaría las rutas de su país por su cuenta, sin rumbo fijo, acampando y viviendo de lo que obtenga por la venta de sus manualidades.

Como no se pudo jubilar, el dinero no le alcanzó para comprarse un automóvil. Sólo logró una pensión a la vejez; pudo comprar un caballo y una carreta que transformó en su casa, en su vida, para dedicarse a vivir sobre las rutas. Ahora con sus 87, ya no puede prender el caballo en el carro ni mover la carreta, entonces decidió quedarse ahí, al costado de la ruta, terminando su vida como nómade.

Bentaberry está ahora a la orilla de la ruta 26, 12 kilómetros de Tacuarembó. Cuando era más joven tomaba su caballo y su carro y proseguía viaje hasta acampar donde haya agua, junco para sus elaboraciones artesanales y buen pasto para el equino. Además, buscará que la ruta sea transitada para poder pedirle a alguien que pase que le traiga alimentos desde las ciudades.

Bentaberry vive de propinas y vendiendo artesanías de junco que él mismo confecciona.

Dice ser oriundo de Trinidad y que optó por esta vida porque «es más práctico vivir así». «Yo siempre fui jornalero del campo, peón, trabajador rural, alambrador. Me gustan las manualidades en guasca (cuero rústico) y además me dedico a hacer paneras, porta macetas y otras cosas en junco que vendo aquí sobre la ruta», señala.

El peregrino dijo que después que logró conseguir una pensión a la vejez, tomó un carro tirado por un caballo, le puso «unos nylon por encima en forma de arco» y lo transformó en una suerte de carreta. Ahí duerme y traslada sus escasas pertenencias.

«Es mejor estar así, aquí no entra agua ni nada, aquí duermo calentito», sostiene el octogenario. «La vida así es mejor», insiste, «aquí no hay lío con la luz, ni con el agua, aquí no me peleo con nadie porque vivo solo. Únicamente escucho radio porque no tengo teléfono, ni quiero tenerlo», sostiene.

Bentaberry dijo que él no pretende otra cosa para los próximos años. «Esta es una opción de vida, y así soy feliz», sostiene, refrendando sus dichos con la expresión de su rostro.

Se alumbra con un farol a queroseno, junta leña y hace fuego en el suelo para cocinar y calentar agua. El invierno en la ruta es duro, pero lo sobrelleva.

Cuando necesita algo, escribe una esquela y se para al lado de la carretera. Algunos lo conocen y se detienen, otros automovilistas siguen de largo. Al que para, el hombre le alcanza una lista hecha de puño y letra que dice: «Al que venga de regreso desde el pueblo que me traiga lentejas, sal, jabón y yerba, que cuando reciba la mercadería le pago aquí». Muchos se apiadan de él, le compran los comestibles y no le cobran. Como contrapartida, él les regala algunas de sus manualidades en junco.

Cientos de personas ya lo han visto en las orillas de las rutas. Estuvo en la 5 cerca de Durazno, en la ruta 44 cerca de Vichadero en Rivera, y en la 7 en los alrededores de Santa Clara. No pasa desapercibido ante los ojos de quienes circulan frente a su «jardín».

 

 

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