Aparicio Saravia: lo recordamos a 118 años de su desaparición física
El mejor homenaje que se le puede hacer este mes de setiembre, a Aparicio Saravia es que los uruguayos entendamos que el sistema democrático está en permanente perfeccionamiento y que se debe aceptar la crítica constructiva y creadora que pueden aportar ciudadanos de todos los ámbitos del quehacer nacional. Las sociedades democráticas evolucionan, por vías de reformas consensuadas, utilizando las propuestas de todos sus integrantes. Saravia luchó con las armas el derecho a prescindir de ellas en tiempos de paz y el Pabellón Nacional fue su bandera. “Acá nadie es más que nadie”.
Homenajeamos al más grande caudillo del Partido Nacional que peleó con las armas el derecho a prescindir de ellas cuando en este país se perfeccionara la democracia, con el libre juego de los Partidos Políticos a través del voto secreto, del Registro Cívico permanente y depurado, de la Credencial Cívica (en lugar de la “balota”), con la representación proporcional en el ámbito legislativo, que es el lugar de dirimir las discrepancias políticas en diálogo constructivo, propio de una democracia vigente que da al ciudadano confianza para realizar los cambios políticos a través de las urnas. Todavía se dirimían a sangre y fuego, en el campo de batalla, las discrepancias políticas.
Saravia no luchó por obtener cargos en el gobierno, o para aumentar su prestigio como caudillo, peleó por las libertades públicas que son la base de una democracia vigente. Lo dijo en sus proclamas; asegurar a los ciudadanos la plenitud de sus derechos, al margen de sus partidos o credos. Sus ideas generaron el entusiasmo suficiente para crear “un ejército de hombres libres” que juntos, desde el país profundo, gaucho, cimarrón, igualitario, reanimaron las patriadas republicanas, federales, libertadoras, hechas a pata de caballo y a “lanza seca”. Que muchas veces no contaron con el respaldo de los “doctores” del centralismo capitalino (como en tiempos de Artigas).
Por eso, las patriadas saravistas fueron protagonizadas por hombres libres que abandonaron sus hogares, llevaron consigo a sus hijos, arriesgaron sus fortunas, entregaron los títulos de sus tierras para respaldo de “la revolución”, sus caballadas fueron entregadas a sus propias fuerzas o levantadas por el enemigo, igual suerte, corrieron los ganados vacunos.
Tampoco midieron las consecuencias familiares cuando se fueron a luchar “por la divisa”. Eran hombres libres, voluntarios, que se iban orgullosos detrás de Aparicio, nunca obligados ni sumisos, se sabe que en la discrepancia, abandonaron el ejército, “la cáscara se va, queda el cerno”. No midieron las diferencias de una lucha con un ejército armado con la última tecnología, con telégrafo y ferrocarril del gobierno. Fueron gestas heroicas. “Aparicio como caudillo, encarnaba más que su propio liderazgo, el mito de la Patria a caballo” (al decir de Eduardo Palermo).
Las patriadas saravistas fueron una expresión de rebeldía del pueblo campesino que se oponía a gobiernos que actuaban en forma inconsulta, en poder de élites doctorales capitalinas. Gobernaba sólo el Partido Colorado desde hacía muchos años, sin dar participación a otros sectores políticos porque las elecciones eran controladas por los Jefes Políticos y de Policía (nombrados por el Presidente). Existían levas forzosas por parte del gobierno y persecuciones policiales y políticas al Partido Nacional que estaba destinado a permanecer en el “llano”.
Lo que se reivindicaba era lograr el derecho a disfrutar de una democracia efectiva, compartida por todos en el libre juego de los Partidos Políticos. Obtener la libertad de expresión del pensamiento, de sufragio con voto realmente secreto. “Por la Patria” fue el lema usado.
Agregamos textos del libro del Coronel Ramón P. González “Aparicio Saravia en la Revolución de 1904”, son memorias de un compañero que estaba presente el 1° de setiembre de 1904:
“El enemigo está ahí, en la pulpería, prosiguió el General, y aquella gente que viene, es el Ejército de Vázquez (del gobierno). Yo, con las Divisiones de Pancho, Mariano, García, Yarza, Basilio y Berro, voy a ver si impido la unión; usted me guarda el Parque; y Vd., Coronel González, cuidará que no me entren por retaguardia”. “Y ya metió espuelas a su caballo y se marchó. Lo llamé y le dije: “Mire, General, que el terreno no se presta para maniobrar todo el Ejército”, a lo que me respondió: “Mañana les tocará a ustedes (2). “Yo, que lo conocía bien, extrañé su semblante, notándolo malhumorado. Nunca pude conocer la causa”. “Tuve el presentimiento de que podría ocurrirle algo grave, y dirigiéndome a su Ayudante Urtiaga, que lo acompañaba, le grité: “Tenga cuidado con ese loco” (3). Expresión irrespetuosa si se quiere, pero inspirada en el sentimiento de conservación de la propia vida del General, en el interés del Ejército y de la causa que todos defendíamos, por ser de todos; vida que no debía ponerse en riesgo de perderse sin motivo justificado, imprudentemente como solía ocurrir.
(3) Loco sí, pero sublime y glorioso, a quien ni nuestros políticos ni muchos de sus Jefes supieron aquilatar en todo su valor. Loco sí, pero loco sublime y glorioso que en los trances difíciles se mezclaba con sus guerrilleros para entusiasmarlos, enardecerlos y suplir con su coraje, las armas y municiones que necesitaba para alcanzar la ansiada victoria o impedir la derrota….
Ante un retrato del General Aparicio Saravia
Te he visto así, correr por las cuchillas,
Donde el combate se mostró más recio,
Enseñando a morir a tus guerrillas,
Con tu risa sublime de desprecio.
Te he visto así, correr tras la victoria,
Por las cuchillas de la Patria amada,
Abriéndote el camino de la gloria,
Con el tajante filo de tu espada.
Mas… si a tu brazo, poderoso y fuerte,
Paralizó la muerte,
Si ya no puedes ver tus Divisiones,
Ni contemplar su alegre campamento,
De donde lleva el viento,
Al humo, en espiral, de los fogones.
Si ya poner no puedes un letrero,
En tu blanco sombrero,
Que diga “Por la Patria”, solamente,
Entonces…, con el alma dolorida,
La Patria agradecida,
Recordará tu nombre, eternamente.
Ramón P. González
Prof. Teresita Pírez