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Será hoy la primera beatificación en el Uruguay

El 6 de mayo de 1881, Mons. Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay, se encontraba en Pan de Azúcar, en plena misión, cuando le llegó la muerte. La noticia fue recibida con pesar y aflicción por todos aquellos que lo habían conocido, aún por quienes habían sido sus oponentes.

El cuerpo de Don Jacinto emprendió su último viaje, hacia la Catedral de Montevideo. Una diligencia podía llevarlo hasta Pando. Según cuenta un testigo, el mayoral puso alguna dificultad para hacer ese traslado, pero los pasajeros insistieron en que lo llevaran con ellos. El comisario de Pan de Azúcar acompañó todo el trayecto. En cada pueblo y estación del camino se reunieron numerosos vecinos para darle el último adiós. En Pando lo recibió el Jefe Político de Canelones. Ya en Montevideo, el cuerpo fue acompañado a pie hasta la parroquia del Cordón, donde se le practicó la autopsia y se le embalsamó. Allí quedó su corazón, mientras las vísceras fueron enviadas a otras iglesias, principalmente a la hoy catedral de Canelones, donde había sido párroco.

Llegado a la Iglesia Matriz, el cuerpo fue velado tres días y tres noches, con permanente desfile de pueblo doliente. La gente y la prensa hablaban de él como “un santo”. Así se expresó el poeta de la Patria, don Juan Zorrilla de San Martín, ante el féretro de Jacinto:

“Señores, hermanos, pueblo uruguayo: ¡el santo ha muerto!”

El cariño de la gente y la fama de santidad de Monseñor Jacinto Vera fueron sobradamente ganados a lo largo de su vida en el ejercicio de su ministerio sacerdotal y episcopal.

Hijo de emigrantes que venían desde las Islas Canarias, nació en el barco, no lejos de costas brasileñas, el 3 de julio de 1813. Fue bautizado en la hoy Catedral de Florianópolis.

Ya en nuestra tierra, la familia arrendó una chacra en Abra del Mallorquín, entre San Carlos y Pan de Azúcar y luego compró terrenos en Toledo, hoy en el departamento de Canelones. Sintiendo el llamado al sacerdocio, se preparó con la ayuda de algunos sacerdotes, hasta que ingresó como alumno de los jesuitas en Buenos Aires. Allí fue ordenado sacerdote por Mons. Medrano, el 28 de mayo de 1841. Celebró su primera Misa en la Iglesia de las Catalinas. Llegó a Canelones, como teniente cura de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, donde, con distintos cargos pastorales, permaneció hasta su nombramiento como vicario apostólico del Uruguay, en 1859.

Dentro de la Iglesia Católica, Uruguay era un vicariato apostólico, es decir, una porción del pueblo de Dios que todavía no había sido constituida como diócesis. Antes de Don Jacinto fueron vicarios tres sacerdotes: Dámaso Antonio Larrañaga, Lorenzo Fernández y José Benito Lamas. En su nuevo cargo, Jacinto comenzó a visitar y misionar en las parroquias, empezando en febrero de 1860 por Tala, donde todavía hay una cruz que recuerda su paso. No se quedó en las cercanías de Montevideo. Los informes de sus visitas y misiones se encuentran en los libros parroquiales de lugares tan alejados como San Eugenio del Cuareim, hoy ciudad de Artigas. En 1861, de abril a julio, realizó otra misión en distintos lugares de Canelones.

Tiempo después, un conflicto con el gobierno le impuso el destierro. A su regreso, la Santa Sede lo nombró obispo, con el título de Megara. En 1878 se creó la diócesis de Montevideo, que abarcaba todo el Uruguay, pasando a ser su primer obispo. Continuó misionando en todo el territorio. Viajó a Roma para participar en el Concilio Vaticano Primero. Visitó Tierra Santa. Recibió a los primeros salesianos enviados por Don Bosco. Fundó el seminario donde hoy se siguen formando los futuros sacerdotes. No podemos resumir en tan poco tiempo las muchas peripecias de su vida ni la extensión de sus obras, sobre las cuales podemos leer en libros que se han ido publicando a lo largo del tiempo.

Solo digamos que al futuro beato se aplican bien las palabras de Jesús en el evangelio de hoy, con las que describe al buen pastor:

“Las ovejas lo siguen, porque conocen su voz” (Juan 10,1-10)

A partir del próximo sábado, en que se celebrará la beatificación de este buen pastor, el 6 de mayo pasará a ser recordado como su dies natalis, es decir, el día de su nacimiento a la Vida Eterna y, de ahí en adelante, será el día en que celebraremos su memoria, dando gracias por la vida de quien ha sido el padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay.

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